Soy Roberta. Vivo en la provincia de Treviso, en un pueblo llamado Paese. Original, lo sé.
Vivo allí con diez gatos y dos perros. Y también con Maurizio, con quien me casé hace treinta y tres años.
Está feliz, jubilado.
Yo trabajo en su lugar. La mayor parte del tiempo para una empresa que procesa papel usado. Es uno de los códigos Ateco para los que puede mantenerse abierto.
Desde que empezó la emergencia del virus, mi vida no ha cambiado mucho: en el trabajo todo ha seguido como de costumbre, con algunas tardes de trabajo inteligente y unos días más de vacaciones.
Y así continuó mi otra ocupación. Trabajar como voluntario. Voluntariado felino, en mi caso.
Soy parte de una asociación que se ocupa de los gatos y sigo personalmente las colonias de gatos de mi zona. Todos los días, a la misma hora. Salgo con mi carnet 'gattara' emitido por la ASL, una carta del presidente de la asociación y autocertificación. De acuerdo con la ley, por supuesto. Lo que permite el cuidado de animales libres.
Mantener este hábito me ha ayudado, me ha mantenido en un sentido de normalidad. Y estos días sentimos la necesidad de la normalidad más que nunca.
Lo que hago, en el trabajo y especialmente con mis gatos, me gratifica. Cuando era niña, como muchas niñas, quería ser veterinaria. Me acerqué bastante.
Antes de este 2020, el momento más peculiar de mis sesenta años fue cuando mi mamá se enfermó. Y en poco tiempo nos dejó. Fue especial para mí en esos días, pero en estos días parece algo tremendamente común. Me da una gran impresión.
Sé poco de lo que vendrá mañana. Qué impresiones obtendré en una mente fría de todo esto. Pero algunas impresiones las tengo precisas sobre hoy.
Tengo la impresión de que hoy la gente, a pesar de todo, sigue persistiendo en no comprender. Que solo cambiando nuestra forma de ubicarnos hacia los demás huéspedes del planeta y hacia el planeta mismo podríamos esperar salvarlo de lo peor. Y ahórranos estos en la regurgitación defensiva que tose sobre nosotros para avisarnos, para despertarnos.
Pero junto con el miedo hoy, también sé que quiero alimentar la esperanza. En un cambio. Porque el miedo nos enseña a respetar.
Para mí, para mi familia, deseo que todos elijan el camino correcto.