Esta columna se llamaría Ángeles de Italia. En un momento tan extraordinario, abrir una ventana a la tenaz normalidad de quienes siguen haciendo funcionar el país es una idea que nos ha convencido. Recopile los rumores de quienes trabajan todos los días dejando su hogar y sus seres queridos, y luego regrese (si se les da para hacerlo) con la duda de que los dañarán. Pequeñas historias de una cuarentena aún más difícil, precisamente porque es permeable. Ángeles, héroes, son palabras que siempre vuelven cuando la historia toma turnos que nos hacen perder: se refieren al prodigio que llevamos dentro y que sabe trascender la piel humana. Pero conociendo a las personas que os presentaremos, mirándolas a los ojos en las fotos, notamos que no había nada prodigioso. Nada que delatara el hecho de que esas expresiones y esos ojos fueran exactamente las expresiones y los ojos que tendríamos en su lugar. Ni héroes ni ángeles. Ojos y rostros trivialmente humanos. Debilitado. Habitado por miedos e inseguridades. Pero también de chispas de coraje. Así que lo conseguimos. No son héroes, no son ángeles. Ellos somos nosotros. Nosotros estamos.

Manuela

Soy Manuela. Y yo soy de Catania.

Vivo con mi pareja desde hace un año. En Acitrezza. El pueblo de Faraglioni, de Malavoglia, de Lampare. No tengo hijos por el momento. Pero me gustaría un perrito. Y de hecho creo que calmas las aguas una de las primeras cosas que haré es una visita a la perrera. Ya veremos.

Dado que la cuarentena está en su lugar, solo salgo de la casa.

Soy asistente administrativa. Es necesario. Porque lo hago en un RSA. Un asilo de ancianos.

Siempre he pensado en convertirme en un escritor de la verdad. Sigo pensando que sí, estudié para hacerlo, no me rindo. Contar historias es una pasión que no me abandona.

Pensé que mi trabajo no tenía nada que ver con mis aspiraciones, la escritura, mi sueño. En cambio, el lugar donde me imaginaba arrastrándome con indiferencia mañana tras mañana resultó ser un mosaico, un caleidoscopio de historias. Historias de quienes como yo trabajan allí y historias muy ricas de quienes viven allí y tienen una urgencia casi conmovedora de contártelas.

Hoy ir allí es diferente, siento un peso fuerte y no sé exactamente de dónde viene. Quizás por responsabilidad. O de estar perdido. Del durante, pero también del después.

El aislamiento con mi pareja también es agotador. Pero es un deber, un acto de conciencia.

Y quizás también sea una oportunidad para amar más a quien soy dentro de esa estructura, concretamente, más allá de lo que sueño con estar fuera.

Así que sigo, cada mañana, asumiendo el papel de ese yo concreto. Hoy en día, esas telas se denominan "prendas de protección". Y cuando los miro en el espejo de la oficina, pienso: es el lugar correcto donde debes estar hoy.

Mañana veremos. 

"Siento un peso fuerte y no sé de dónde viene". Manuela última edición: 2020-04-21T18:00:00+02:00 da Redacción

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